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Desertización: España pierde la piel
Abc - 17/06/2003
POR J. F. ALONSO Y M. A. BARROSO

Si un bosque se quema, la alarma viaja a la misma velocidad que las llamas. Pero, si se pierde la capacidad productiva del suelo, a nadie parece importarle. «No hay conciencia social ni política ni de los medios de comunicación», dicen los expertos. La ONU ha declarado el martes 17 de junio como el Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación, pero el término, acuñado en los años 70 tras la sequía del Sahel, aún suena extraño en el lenguaje coloquial. Desertización hace referencia al avance natural del desierto; desertificación, en cambio, alude a la degradación del suelo debido al clima y a la acción del hombre.

Según los datos del Programa de Acción Nacional contra la Desertificación, el 31,5 por ciento del territorio nacional sufre este problema en un grado alto o muy alto. Y la profesora Teresa Mendizábal, científico del CSIC y «delegada» de la ONU en España para estos temas, delimita las causas: «Hasta hace tres o cuatro décadas podíamos hablar de una mala gestión del bosque, de talas indiscriminadas e incendios provocados. Ahora se debe a una agricultura inadecuada, a la sobreexplotación del suelo y de los acuíferos».

Mendizábal, en concreto, menciona cinco «puntos calientes» en España. El sureste, castigado por el abuso del suelo y de los recursos hídricos; los olivares de Córdoba, que se han extendido a las zonas de pendiente donde nunca se habían cultivado («la erosión hídrica tras una tormenta es brutal»); los viñedos de Castilla-La Mancha, alimentados por regadíos («se esquilma la capa freática, por lo que habría que pensar si no estamos hipotecando el futuro a costa de una beneficio inmediato»); la zona central del valle del Ebro, debido a un proceso de salinización muy fuerte del suelo y del agua; y, por último, las dehesas de Extremadura... «En esta región -añade-, el cultivo de cereal está en regresión, con el consiguiente abandono de los suelos. Al tiempo se afianza una sobrecarga ganadera, que sirve para destruir la pobre cubierta herbácea de la dehesa».
Hay condiciones climáticas para la desertificación. Y, sobre todo, las hay económicas, un paisaje nuevo para el que los técnicos piden reflexión.

Un mito que no existe

Jorge Olcina, del Instituto de Geografía de la Universidad de Alicante, aporta una visión «provocadora». Dice que la desertificación «es un mito que no existe» en el sentido de que la superficie forestal aumenta y que la erosión no es muy grave. Claro que en seguida pone sobre la mesa los «efectos letales de la pérdida de suelo fértil que se produce, a marchas aceleradas, en muchos municipios del litoral mediterráneo comidos por las urbanizacicones. Torrevieja, Orihuela, Marbella, Mijas, Mazarrón, Motril, San Javier, Águilas, Almuñécar y Roquetas de Mar encabezan el ránking de la promoción inmobiliaria. Alicante se ha convertido, tras Madrid y Barcelona, en la tercera provincia por número de visados de obra en los últimos años. Y este proceso no cesa... sino al contrario».

El Mapa Forestal de España, presentado recientemente (el anterior estudio data de 1966), demuestra que la cubierta vegetal ha aumentado un 30 por ciento de media en los últimos 40 años. ¿Cómo se explica esto? «Por el abandono de prácticas agrícolas y ganaderas, la reforestación de terrenos marginales, el despoblamiento del medio rural, el cese del aprovechamiento del material leñoso como combustible para la cocina, la panificación y las industrias cerámicas...», explica Juan Ruiz de la Torre, profesor de la ETSI de Ingenieros de Montes de la Universidad Politécnica de Madrid y director del nuevo Mapa Forestal. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. «En la zona mediterránea el material leñoso muerto tarda mucho en descomponerse; el bosque se espesa y el riesgo de incendio a causa de las tormentas secas es evidente. Soy partidario de la acción del hombre, siempre desde un punto de vista sostenible. Tengo una máxima: la naturaleza produce más de lo necesario para la conservación, cuenta con que va a darse un cierto grado de explotación. Eso lo sabe cualquier buen ecólogo».

Un nuevo informe sobre erosión

El Ministerio de Medio Ambiente está trabajando en un informe complementario sobre la erosión de los suelos, que se culminará en 9 años. Los propios técnicos reconocen que el anterior inventario, de tiempos del Icona, tenía carencias. «Los primeros datos revelan que la erosión es menor de lo que se suponía, pero éste no es sino un factor más de la desertificación», comenta Inés González Doncel, directora general de Conservación de la Naturaleza. «De todos modos, no debemos olvidar que el desierto es un ecosistema natural que, en España, está presente de forma madura en las provincias del sureste peninsular. Es difícil que ese territorio evolucione, pero tampoco conviene simplificar el análisis».

El Mediterráneo es una de las zonas del mundo que más sufre la desertificación: 229.000 km2, según WWF-Adena. «En nuestro país se abandonan tierras de cultivo y no se realiza ninguna tarea de sustitución o conservación», afirma Ildefonso Pla, del Departamento de Medio Ambiente y Ciencias del Suelo de la Universidad de Lérida. «Lo grave es la degradación de recursos en el binomio suelo/agua. Es un problema serio, que impulsa reuniones y congresos, pero que no ha calado en la sociedad. Quizá por eso los políticos no destinan recursos suficientes».

Según la ONU, la desertificación en el planeta castiga a 250 millones de personas y a una tercera parte de la superficie. Si hablamos de dinero, los ingresos directos perdidos suman 42.000 millones de dólares al año. En el Mediterráneo, según Adena, el coste directo de la erosión es de 280 millones de euros/año, cantidad a la que habría que sumar 3.000 millones en concepto de reforestación, protección del suelo... Los costes indirectos, incluyendo la «migración medioambiental», son mucho mayores. El Instituto Natural Heritage explica ese término como una relación evidente entre migración, pobreza y desgaste medioambiental. Cada año, cientos de miles de mexicanos cruzan la frontera de EE UU. En África, hasta 2020, unos 60 millones de personas abandonarán las áreas desertificadas de la región subsahariana hacia el norte del continente y de Europa.

El dinero, como casi siempre, está detrás de las causas y de las soluciones del problema. Y las tendencias en España no animan precisamente al entusiasmo. Juan Puigdefábregas, investigador del CSIC en la Estación Experimental de Zonas Áridas de Almería, señala tres: abandono de la actividad agraria en algunas zonas («muchas de esas tierras tienden a erosionarse, aunque es posible regenerarlas»); agricultura intensiva/agresiva en otras, en muchos casos financiada por la UE, y, por último, aumento de las infraestructuras urbanísticas. En resumen, «la pérdida de suelo tiende a crecer».

¿En qué trabajan los científicos para evitarlo? En lo que llaman la alerta temprana: predecir la trayectoria de la desolación y dar la voz de alarma.
 
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